Sabía que
no podía seguir escondiéndome.
Tarde o
temprano tenía que salir de la madriguera. Saqué la nariz para sentir el aroma.
Sentí, tal vez, algún tipo de pánico. Siempre estuve en esa cueva, protegida,
resguardada, y a oscuras. Incómoda por el olor a humedad de las lluvias, pero
segura de que no entraría el agua.
Saqué la
nariz y después asomé la mitad de la cabeza. Los ojos se me encandilaron y no
vi nada. Entré como un torpedo y quedé agazapada. Con los ojos cerrados porque
la luz me había cegado.
Sentí más
pánico al afuera y vomité el susto del horror a lo desconocido.
Sabía que
tarde o temprano el agujero se llenaría de agua, que no iba a contar con tanto
más tiempo y que sólo era cuestión de coraje.
Siempre supe que el mundo es de los valientes.
Respiré, mil y una vez, mil veces y más. Cada día. Supe que acabaría el susto, que la vida estaba ahí afuera y saqué la cabeza entera. Salí primero con los ojos cerrados. Sentí el aroma del pasto húmedo. Respiré profundo. Abrí los ojos despacio y la luz se fue acomodando en mi marola roída por pensamientos. La luz no entró por mis ojos sino primero por mi alma. Dejé que me inunde y respiré otra vez. Saqué el cuerpo de a poco y sentí el escozor del cuerpo lleno de costra. El viento me dolía y caminé a tiendas por un mundo nuevo. Desconocido, raro, dolía el viento y la luz cegaba, pero el aire era puro y diáfano y el dolor me liberaba y la ceguera se desvelaba para dejarme ver más allá de lo evidente.
Respiré, mil y una vez, mil veces y más. Cada día. Supe que acabaría el susto, que la vida estaba ahí afuera y saqué la cabeza entera. Salí primero con los ojos cerrados. Sentí el aroma del pasto húmedo. Respiré profundo. Abrí los ojos despacio y la luz se fue acomodando en mi marola roída por pensamientos. La luz no entró por mis ojos sino primero por mi alma. Dejé que me inunde y respiré otra vez. Saqué el cuerpo de a poco y sentí el escozor del cuerpo lleno de costra. El viento me dolía y caminé a tiendas por un mundo nuevo. Desconocido, raro, dolía el viento y la luz cegaba, pero el aire era puro y diáfano y el dolor me liberaba y la ceguera se desvelaba para dejarme ver más allá de lo evidente.
Todo era
nuevo, el mundo era un lugar nuevo y desconocido. Tal vez amigable, tal vez
peligroso. Sé que dolió salir, pero el viento fresco de la libertad acarició
mis temores, se compadeció de ellos y los llevó en un vuelo sin límite hacia
algún lugar lejano…
Por fin emprendí el retorno a casa.
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