martes, 20 de marzo de 2012

¡Quisiera ser la Sangre que Envuelves con tu Ira!

Me pregunto: ¿somos capaces de sentir así a las personas que amamos?
Estaba sentada almorzando, esperando pase la hora para ver cine 3D y en mi oreja la radio sonó: -“Quisiera ser la sangre que envuelves con tu ira”… nunca la había escuchado, nunca, después de tantos cientos de veces que oí la canción… y escuché “Quisiera ser el aire que escapa con tu risa” y escuché “Quisiera ser el sueño que jamás me contarías”… ¡Qué belleza! ¡Qué poeta!
Luego le conté a un duendecito que me había encantado la expresión, y el duende raudo se sintió espoleado a escuchar la canción y se encontró que misteriosamente mi cabeza tapó mi oreja y la expresión real no era esa. Entonces, tal vez yo, en ese mismo instante, con la oreja chunga, me convertí en poeta, porque presté atención las tantas veces que el coro se repitió, una y otra y otra vez y siempre escuché lo mismo (no digamos que el intérprete pronuncia masomenos). Y así será, porque la frase que YO escuché me provocó un mar de sensaciones hermosas con imágenes concisas de una situación de ira, en las que el amor, que es la esencia de todas las cosas, se supera a sí mismo para dar lugar a la libertad de trascender el momento y completarse y complementarse el uno con el otro espiritualmente en el sentido más fino y acabado.

Y así, en mi cabeza lo que escuché fue, por sobretodo “¡Quisiera ser la Sangre que Envuelves con tu Ira!” Y no pude ni puedo dejar de preguntarme: ¿Somos capaces de amar hasta tan adentro del otro? Es más, ¿somos capaces de amar al otro en la ira?, ¿en la ira del otro?, ¿y en la ira propia?

Y mi poesía, descolgada de una frase diferente, me resulta excelsa, y no sé por qué llegó pero sé que en mí y desde mí transmite un mensaje altruista que no puedo dejar de compartir, un mensaje que pretende trascendamos el enojo y abracemos a ese otro aun en su momento más descolocado, más fuera de eje, más desarmonizado.
Tal vez, si entre tantas otras cosas, pudiéramos empezar a trascender la ira, no evitarla sino trascenderla, aprenderíamos a amar al que hemos elegido, incluso desde un lugar más poético, paciente, elevado y sabio, aprenderíamos a envolvernos en su sangre, a calmarnos y perdonarnos. ¿No?
Baba Nam Kevalam
La foto: LR

martes, 13 de marzo de 2012

Momentos y Sensaciones I

Atravesando…     
Überfahrt
מעבר  
Going through
Traversée  
横断
Attraversando
عبور     
Átkelés
Transirante
路口
Transirante
Transitu
премин
Melintas
          Przejście     Cruzamento    переход
                     Passerar         אַריבערגאַנג        Geçit


Así estoy: atravesando, traspasando… trascendiendo…

Gracias Lucius por tu foto!

lunes, 12 de marzo de 2012

El Vuelo de la Golondrina


Por estos días rondó en mi cabeza la dura historia de mi madrina. Murió sola, solterona, comida por un cáncer de mierda. Por años no sentí sino más que molesta vergüenza de ser su ahijada, pero conforme crecí, adquirí por ella un cariño peculiar, de sentirla como un personaje pintoresco del pueblo, que además, y aunque controvertido y rechazado, tenía un particular amor por mí, una de sus tantísimas ahijadas. Mi madrina me encomendó a San Francisco Javier, creo. No logré aun pegar onda con el santo; pero ella, en su actitud de vida, rayana casi diría a la maldad, era una verdadera hada madrina conmigo. La lloré como la lloro ahora escribiéndola. Ya con unos años más y algunas vivencias propias, la madurez me dio una perspectiva de su persona completamente diferente. Llegaría a justificar casi todos sus actos…
Antaño era joven y rica, hermana de muchos hermanos y la más inteligente entre sus hermanas. Sus padres hacendados eran católicos a ultranza, católicos hasta el más ínfimo punto de todos y cada unos de sus vellos. Ella se enamoró de un judío, judío bien. A tal punto la idiosincrasia religiosa formó quistes venenosos en sus cerebros que la madre en su lecho de muerte le hizo jurar que nunca se casaría con el judío. Mi madrina juró y cumplió su promesa. Murió sola y virgen.
¿Quién me habrá contado esto? ¿Será verdad? Para mi conformidad decidí que sí.
Pero sin dudas dios la recibió en su cielo de luz, porque, aunque haya sido difícil, dura, hasta déspota con otras personas, sólo un amor de hijo tan grande como el que ella tuvo por su madre, le pudo permitir sobrevivir ese desgarrador horror tantos años. ¿Cómo el resentimiento no se iba a transformar en enfermedad y así se la iba a comer disfrazado de cáncer? Digna de mi respeto ante tal renuncia, en mi cabeza se convirtió en mártir, y realmente para los tiempos que corren prefiero no juzgar sus decisiones sino admirar su propia dignidad, dignidad al fin, de llevar su soltería con la honradez y valentía.
Evolucionó tanto, sin embargo, que cuando le conté unos pocos días antes de su muerte que me había separado de mi primera pareja me dijo muy suelta “¡Qué suerte que no te casaste!”.