El invierno
desmontó todas las hojas. Los pinos se mantienen hermosos y prósperos. Es su
mejor hábitat. El campo se silencia. Puede escucharse cada sonido con claridad.
Abunda una especie de paz y silencio. Acallar la mente, sembrar palabras en el
alma, en silencio. Dejar que los sonidos surjan en el momento apropiado.
De a poco
vamos llegando a casa.
El sol,
entretanto, parece haber tomado una larga siesta. Suele hacerlo en los
inviernos, descansa a su ritmo. Lo hace adrede, para que aprovechemos el
momento de introspección. Así, en la calma del invierno frío, se gana en
austeridad, si se permite, de la buena. Se bajan las revoluciones, se acalla la
naturaleza y la mente debería seguir ese ritmo. Se estimula el cuerpo, se
prepara al ritmo del invierno, para abrir la danza de colores… más adelante.
Ahora no.
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