lunes, 12 de marzo de 2012

El Vuelo de la Golondrina


Por estos días rondó en mi cabeza la dura historia de mi madrina. Murió sola, solterona, comida por un cáncer de mierda. Por años no sentí sino más que molesta vergüenza de ser su ahijada, pero conforme crecí, adquirí por ella un cariño peculiar, de sentirla como un personaje pintoresco del pueblo, que además, y aunque controvertido y rechazado, tenía un particular amor por mí, una de sus tantísimas ahijadas. Mi madrina me encomendó a San Francisco Javier, creo. No logré aun pegar onda con el santo; pero ella, en su actitud de vida, rayana casi diría a la maldad, era una verdadera hada madrina conmigo. La lloré como la lloro ahora escribiéndola. Ya con unos años más y algunas vivencias propias, la madurez me dio una perspectiva de su persona completamente diferente. Llegaría a justificar casi todos sus actos…
Antaño era joven y rica, hermana de muchos hermanos y la más inteligente entre sus hermanas. Sus padres hacendados eran católicos a ultranza, católicos hasta el más ínfimo punto de todos y cada unos de sus vellos. Ella se enamoró de un judío, judío bien. A tal punto la idiosincrasia religiosa formó quistes venenosos en sus cerebros que la madre en su lecho de muerte le hizo jurar que nunca se casaría con el judío. Mi madrina juró y cumplió su promesa. Murió sola y virgen.
¿Quién me habrá contado esto? ¿Será verdad? Para mi conformidad decidí que sí.
Pero sin dudas dios la recibió en su cielo de luz, porque, aunque haya sido difícil, dura, hasta déspota con otras personas, sólo un amor de hijo tan grande como el que ella tuvo por su madre, le pudo permitir sobrevivir ese desgarrador horror tantos años. ¿Cómo el resentimiento no se iba a transformar en enfermedad y así se la iba a comer disfrazado de cáncer? Digna de mi respeto ante tal renuncia, en mi cabeza se convirtió en mártir, y realmente para los tiempos que corren prefiero no juzgar sus decisiones sino admirar su propia dignidad, dignidad al fin, de llevar su soltería con la honradez y valentía.
Evolucionó tanto, sin embargo, que cuando le conté unos pocos días antes de su muerte que me había separado de mi primera pareja me dijo muy suelta “¡Qué suerte que no te casaste!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario